Tejados, traseras y el libre albedrío.

Tejados, traseras y el libre albedrío.

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Montañas que enmarcan, torres que vigilan, tejados laberínticos y el humo de las chimeneas.

Ilustración de Uxua Domblás Ibáñez

Hay muchas formas de contemplar una ciudad, pero una de las más hermosas es esa panorámica en la que, a cierta altura, empezamos a descubrir tejados, antenas y chimeneas. El libre albedrío, la espontaneidad de algunos elementos, la fiesta del color…todo ello hace que la vista global de una ciudad desde las alturas, y más desde su trasera, esté envuelta de una magia especial.

Son muchos artistas, escritores… los que han hecho referencias a la ciudad agazapada y a los tejados que desaparecen en el horizonte; a la nostalgia como oda a la belleza; al ladrillo roto frente al puro hormigón o… a los tonos pastel de esa pared desgastada.

Casi cada día contemplo los tejados de Estella-Lizarra y lo hago desde un no lugar. Suelo aparcar en una explanada reconvertida en parking que está delimitada por maleza y muros mediocres. Pero si levanto la mirada un poco más allá una de las mejores panorámicas del entorno se abre ante mis ojos.

Como si de un juego se tratase empiezo a buscar mi casa, la iglesia de la plaza, San Miguel, San Pedro y Los Castillos… e imagino las distintas vidas que recorren sus calles justo en ese momento.

*Sueño que lanzo una moneda a lo lejos, me tiro de cabeza y buceo por ese laberinto hasta encontrarla.*

 

Os dejo con Las ciudades y los signos 3, fragmento del libro  Las ciudades invisibles de Italo Calvino.

«El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar. En cada ciudad del imperio cada edificio es diferente y esta dispuesto en un orden distinto; pero apenas el forastero llega a la ciudad desconocida y echa la mirada sobre aquel racimo de pagodas y desvanes y cuchitriles, siguiendo la maraña de canales, huertos, basurales, de pronto distingue cuáles son los palacios de los príncipes, cuáles los templos de los grandes sacerdotes, la posada, la prisión, el barrio de los lupanares. Así —dice alguien— se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en la mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.

No así en Zoe. En cada lugar de esta ciudad se podría sucesivamente dormir,fabricar arneses, cocinar, acumular monedas de oro, desvestirse, reinar, vender, interrogar oráculos. Cualquier techo piramidal podría cubrir tanto el lazareto de los leprosos como las termas de las odaliscas. El viajero da vueltas y vueltas y no tiene sino dudas: como no consigue distinguir los puntos de la ciudad, aun los puntos que están claros en su mente se le mezclan. Deduce esto: si la existencia en todos sus momentos es toda ella misma, la ciudad de Zoe es el lugar de la existencia indivisible. ¿Pero por qué, entonces, la ciudad? ¿Que línea separa el dentro del fuera, el estruendo de las ruedas del aullido de los lobos?»

 

*Esta entrada forma parte de Learning City Project, el proceso de tesis doctoral de Uxua Domblás Ibáñez. Por favor, si vas a utilizar alguna de las imágenes o información del blog, no hay problema siempre y cuando menciones su autoría y dónde lo has encontrado.

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