Antonio Jiménez Torrecillas
Llevo dos semanas para escribir estas líneas…
Me he perdido leyendo una y otra vez los emails que nos mandámos… y es que a Antonio siempre dan ganas de releerlo.
El pasado 25 del octubre volvía de Granada triste. Muy triste.
Subía a la cuenta de Instagram la foto de aquel atardecer, sus luces y sus sombras. Más que nunca *sus sombras*
[Tras dos intensos días ( en realidad 3…) vividos in extremis… abandono #Granada.
Esta ciudad es importante para mí por muchos motivos. Es una suma de recuerdos, viajes fugaces, amig@s, tapas y… #arquitectura .
Una ciudad que no deja de sorprenderme. Es bella como ella sola, la vieja y la nueva, no importa cual.
Al marchar de allá, siempre siento pena de no poder disfrutarla tanto como quisiera.
Hoy no solo vuelvo con pena sino que vuelvo triste. Triste por una ausencia. Me ha faltado ese café.
Él es, sin saberlo, culpable de lo que yo hoy soy. De lo que hago, de lo que quiero, de mi interés por las cosas bien hechas y con cariño… Pero, sobre todo, es culpable de mi pasión por la #arquitectura .
Espero que te recuperes pronto amigo.]
Mi historia con Antonio, fue un camino lleno de señales, un caminar hacia la luz.
Recuerdo que me encontraba en la biblioteca de la Escuela de Arquitectura de Donostia cuando en aquella revista apareció la Muralla Nazarí. Me atrapó.
A los días, en una librería de Pamplona, al fondo del pasillo, de frente… el Documentos de Arquitectura de aquel señor. Un rápido vistazo fue suficiente para vibrar con aquella arquitectura. Me lo compré.
Pasarían…, qué se yo… ¿dos semanas? y una amiga me llamó animándome a bajar a Granada de viaje improvisado. En dos minutos reflexioné… no tenía dinero, no tenía tiempo… ¡por supuesto que bajaría!
Busqué la dirección del estudio de Antonio y le escribí diciéndole que me encantaría conocer más sobre su obra. En el mismo día me contestó que contara con ello, que le especificase las fechas y que allá nos veríamos. Aluciné.
Muralla Nazarí, Granada. Ilustración: Uxua Domblás Ibáñez
Quedamos en la misma muralla. Escuché su voz al otro lado, casualidad, le estaban grabando para un reportaje sobre su obra. Allí conocí también a su amigo Emilio Zurita. ¡Qué tarde más hermosa!
Lo tenía claro, quería que aquel tipo dirigiese mi proyecto de fin de carrera. Pero… ¿cómo pedírselo si yo no era nadie?
Como comentaba, estos días he disfrutado (y me he emocionado) releyendo los mails que intercambiamos. Los primeros de ellos, titubeantes, hasta que me tiré a la piscina y le dije…
«¡Antonio! Quiero que seas mi tutor. No sé si se puede hacer algo así, pero ¡quiero que seas tú!»
Se pudo, fue largo camino de ires y venires a corregir… pero se pudo. Laargas kilometradas desde Donostia hasta Granada, algunas de ellas en un micra sin aire acondicionado… pero siempre con buena, con la mejor compañía.
El proyecto era un Refugio para meditar en la Villa de Ujué, aquí en Navarra. Soñaba con el día en que pudiera haberle llevado de visita al pueblo, pero no hubo ocasión. Al parecer le hablaba con tanta pasión, del proyecto y del lugar, que lo propuso como ejercicio en su clase de Proyectos. Así recuerdo, con emoción, el mail donde me decía que cuando bajase a corregir me invitaba a dar una charla, sobre Ujué y el refugio, a toda la clase. Qué ilusión.
Aquello me dió mucha confianza y seguridad, empecé a creer algo más en mí misma. Y ¡qué curioso! el pasado octubre conocí a dos exalumnos que asistieron a aquella charla… caprichosa vida.
Poco nos vimos después de la entrega del PFC, andaba pues, siempre, de aquí para allá…. Pero nos llamábamos de vez en cuando para ponernos un poquito al día; él me contaba que estaba dando clases en Suiza… yo que seguía con un máster, en el camino de las murallas; él, que con el metro de Granada, yo que si iniciaba el doctorado… ¿cómo no beber de una fuente así?
Uchúa, Uxcua, Uxchua… siempre me hizo reír al abrir cada uno de sus correos.
Uxchúa, la vasca. Tan vasca que se pensaba que era de Bilbao. Un día recibí una llamada en la que me decía que tenía una conferencia en Laredo y que llegaba tarde al aeropuerto de Bilbao (como a las 23.30… no recuerdo bien), que si le hacía el favor de acercarlo allá, de paso nos veríamos y conversaríamos de la vida. Yo no soy de Bilbao, soy de Estella, a más de dos horas, pero ¿cómo no iba a hacerle ese favor? Agarré a mi hermana…, filósofa toda ella, y para allá que nos fuimos.
No sé si había garito más elegante en la ciudad. No había nada abierto y entramos en aquel kebab. Pero no fue un kebab cualquiera, estaba aderezado con una máster class de Antonio: La vida y los sueños.
Ahí, hablando, se enteró de que habíamos hecho 2 horas y media de coche y debíamos volver… eran las 2 de la mañana. Alucinó. Me dijo «Siempre aluciné contigo. Venirte desde San Sebastián a corregir a Granada, en tu pequeño coche, cada dos por tres…»
Simplemente perseguí mi sueño, la distancia no importaba. Mi ilusión era absorber todo el conocimiento posible de aquel hombre, ya fuera en el estudio de su maravillosa casa, en la Escuela o en aquel kebab.
Casualidades de la vida, vengo de un encuentro en el que el máximo valor que nos han puesto sobre la mesa es EL TIEMPO. En él me dieron una mala noticia, mejor dicho dos:
La primera, que me voy a morir; la segunda, que probablemente suceda antes de lo que espero. No entiendo nada pero sé que tengo que aprovecharlo.
Antonio es la luz perfecta de este lugar; de esta etapa de mi vida.
Una etapa en la que me he encontrado con mi pasión: las *piedras viejas*, la enseñanza y el aprendizaje con el corazón en la mano.
No me queda sino abrazar a las Evas y Helena de su vida, a su familia y amigos…
y, a él, darle simplemente las G R A C I A S.